jueves, 20 de septiembre de 2018

¿Y por qué? (Cuento)


¿Y por qué?
A los niños Diego e Ivana, unos morochitos preciosos,
usuarios del metro de Caracas.

            Hoy en día, muchos niños de nuestra querida tierra se apropian con más ahínco de una pregunta preferida y natural de la infancia:
¿Por qué?
Pero esta vez no solo por conocer las razones de un sabor, de un color, de un sonido, de una palabra, de una respuesta, o sencillamente por una simple curiosidad pueril. En esta ocasión se debe a que quieren saber por qué sus padres los han dejado con sus abuelos, con sus tíos, con sus hermanos mayores, con su madrina, con su padrino y, en algunos casos, hasta con los vecinos, para irse a otras latitudes.
Es tácito que los padres le han explicado a sus hijos los motivos de la partida y las posibles fechas de venir a buscarlos, pero la candidez infantil ama esta interrogación: ¿Por qué?
De esta manera, contaré esta sucinta historia inspirada en dos hermosos morochitos caraqueños que cautivaron mi corazón durante aquella breve travesía en el transporte subterráneo.
Luis e Isaura eran unos bellos niños que contaban con solo cuatro añitos, de ojos vivaces, cariñosos y muy despiertos.
¿Y por qué? Era la pregunta preferida de estos hermanitos, mientras viajaban con su abuela Amelia en el metro de Caracas.
Ante cada interrogante, la abuela dulce y pacientemente respondía con una sonrisa en los labios.
¿Abuela? ¿Y por qué las puertas del tren son rojas?
Porque ese es el color que quisieron ponerle.
¿Y por qué no hemos llegado?
Porque faltan algunas estaciones.
¿Y faltan muchas, abuela?
No, solo faltan cinco.
¿Y por qué la gente corre para entrar al tren?
Porque están apurados por llegar.
Abuela, ¿y por qué la torta la hicieron de piña?
Porque a tu tía le gusta mucho la piña.
Abuela, ¿y estaremos toda la semana contigo?
No, mis niños.
¿Por qué?
Porque recuerden que trabajo en la semana. En ese tiempo los cuidarán sus otros abuelos. Solo puedo cuidarlos los fines de semana ─respondió Teresa con un destello de nostalgia.
¿Abuela, ¿y por qué no hemos ido a la escuela?
Porque aún no han comenzado las clases.
¿Abuela, y por qué aún papi y mami no nos han llevado con ellos?
La abuela, con un nudo en la garganta, les respondió:
Porque están esperando alquilar una casa, en donde ustedes puedan estar cómodos y contentos. 
Ante esta respuesta, los niños sonrieron, mientras miraban a su abuela satisfechos por aquellas alentadoras palabras. De inmediato, Amelia los abrazó, hasta que el anuncio de la próxima estación indicaba que ya habían llegado a su destino.
Sentí una profunda admiración y respeto por aquella noble señora, impregnada de tanta paciencia y amor por aquellos niños que, como muchos pequeños de hoy en día, en tales circunstancias es cuando más necesitan de seres humanos que los colmen de alegría, afecto y esperanza, para que cuando se reencuentren con sus padres, la calidad del tiempo de tal separación sea recuperable.
Los niños poseen una inteligencia única y particular, que solo hace falta cultivarla y desarrollarla desde su nacimiento, por lo que su capacidad para comprender algunas situaciones suele ser más grande de lo que pensamos.


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