¿Y por qué?
A
los niños Diego e Ivana, unos morochitos preciosos,
usuarios
del metro de Caracas.
Hoy en día, muchos niños de nuestra
querida tierra se apropian con más ahínco de una pregunta preferida y natural
de la infancia:
¿Por qué?
Pero esta vez no solo por conocer las razones de un sabor, de un
color, de un sonido, de una palabra, de una respuesta, o sencillamente por una
simple curiosidad pueril. En esta ocasión se debe a que quieren saber por qué
sus padres los han dejado con sus abuelos, con sus tíos, con sus hermanos
mayores, con su madrina, con su padrino y, en algunos casos, hasta con los
vecinos, para irse a otras latitudes.
Es tácito que los padres le han explicado a sus hijos los motivos
de la partida y las posibles fechas de venir a buscarlos, pero la candidez
infantil ama esta interrogación: ¿Por qué?
De esta manera, contaré esta sucinta historia inspirada en dos
hermosos morochitos caraqueños que cautivaron mi corazón durante aquella breve
travesía en el transporte subterráneo.
Luis e Isaura eran
unos bellos niños que contaban con solo cuatro añitos, de ojos vivaces,
cariñosos y muy despiertos.
¿Y por qué? Era la
pregunta preferida de estos hermanitos, mientras viajaban con su abuela Amelia
en el metro de Caracas.
Ante cada interrogante,
la abuela dulce y pacientemente respondía con una sonrisa en los labios.
─¿Abuela? ¿Y por qué
las puertas del tren son rojas?
─Porque ese es el
color que quisieron ponerle.
─¿Y por qué no hemos
llegado?
─Porque faltan
algunas estaciones.
─¿Y faltan muchas,
abuela?
─No, solo faltan
cinco.
─¿Y por qué la gente
corre para entrar al tren?
─Porque están
apurados por llegar.
─Abuela, ¿y por qué
la torta la hicieron de piña?
─Porque a tu tía le
gusta mucho la piña.
─Abuela, ¿y
estaremos toda la semana contigo?
─No, mis niños.
─¿Por qué?
─Porque recuerden
que trabajo en la semana. En ese tiempo los cuidarán sus otros abuelos. Solo
puedo cuidarlos los fines de semana ─respondió Teresa
con un destello de nostalgia.
─¿Abuela, ¿y por qué
no hemos ido a la escuela?
─Porque aún no han
comenzado las clases.
─¿Abuela, y por qué
aún papi y mami no nos han llevado con ellos?
La abuela, con un
nudo en la garganta, les respondió:
─Porque están
esperando alquilar una casa, en donde ustedes puedan estar cómodos y contentos.
Ante esta
respuesta, los niños sonrieron, mientras miraban a su abuela satisfechos por
aquellas alentadoras palabras. De inmediato, Amelia los abrazó, hasta que el
anuncio de la próxima estación indicaba que ya habían llegado a su destino.
Sentí una profunda admiración y respeto por aquella noble señora,
impregnada de tanta paciencia y amor por aquellos niños que, como muchos
pequeños de hoy en día, en tales circunstancias es cuando más necesitan de
seres humanos que los colmen de alegría, afecto y esperanza, para que cuando se
reencuentren con sus padres, la calidad del tiempo de tal separación sea
recuperable.
Los niños poseen
una inteligencia única y particular, que solo hace falta
cultivarla y desarrollarla desde su nacimiento, por lo que su capacidad para
comprender algunas situaciones suele ser más grande de lo que pensamos.
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