El amor de Chicho y Oriana
A
mi Carlos Franco y a su gato Chicho, dos amigos inseparables.
Había una vez un gato llamado Solarius, a quien mimosamente le
decían Chicho. Vivía en una floresta urbanización capitalina, en donde había
nacido y crecido. Este apacible felino estaba muy enamorado de la gata
Oriana, desde la primera vez que la vio mudarse a la casa vecina, con aquel
hermoso lazo color fucsia.
Oriana no fue indiferente ante aquella mirada flechada por Cupido,
por lo que desde ese día su corazón gatuno tampoco dejaba de palpitar. Un
simple maullido amoroso era suficiente para correr y verse en la reja lateral
que dividía a sus hogares.
─Miau, miauamor Chichito, miau ─le decía la gata con dulzura.
─Miau, miauamor Oriana, miau ─le decía el minino con ternura.
Ahora, no sólo aquella reja separaba tal amor felino, sino la
excesiva protección que tenían ambas familias por sus queridas mascotas,
en especial, los dueños de Oriana, a quien pronto harían esterilizar, por lo
que no querían que su gata se vinculara con algún gato. De allí que estos
tortolitos, al estilo de Romeo y Julieta, siempre buscaban verse a escondidas, para
evitar que sus dueños los separaran.
Un día, Chicho y Oriana se divertían jugando, hasta que el
minino le pidió a su amada felina que se casara con él. Ella
reaccionó con fuertes maullidos, azorados rasguños y fuertes gruñidos.
Ante tal escándalo, los respectivos dueños se acercaron a ver qué
pasaba. Al ver a sus gatos tan asustados, la reacción acalorada fue inminente. El dueño de Oriana fue el primero en hablar:
─Ya ves por qué tu gato no puede estar
cerca de mi gata.
─Pero, por qué no entiendes que ellos
están enamorados.
─¿Enamorados? ¡Te volviste loco! ¡Eso
es imposible! Ella pronto será esterilizada.
─Pero eso no impide que se amen, ¿no lo
comprendes?
─Nada. Te agradezco que estés más
pendiente de Chicho, así como yo lo estaré de Oriana.
─Pero déjalos ser felices.
─He dicho que no. Adiós.
Así parecía terminar esta historia, pero este amor era más fuerte,
por lo que luego de pasar unos días muy tristes y tras un secreto reencuentro,
volvieron a encontrarse:
─Miau, miauamor, ¿qué te pasó?, ¿por
qué reaccionaste de esa manera aquel día? ─interrogó Chicho
con nostalgia.
─Miau, porque sentí mucho miedo,
miauamor Chicho, miau ─respondió la minina
casi en susurro.
─Miau, ¿miedo?, ¿de mí?
─De ti no, sino de tu propuesta, miau.
─Pero, lo que te pedí fue algo
grandioso. Jamás sería para hacerte daño, miau.
─Pero es que mis dueños me harán
esterilizar pronto y yo quiero tener gatitos a tu lado, miau.
─¡Ah! ¡Es por eso! No te preocupes.
¡Huiremos de nuestras casas!
─¿Te parece?
─¡Claro!
Los ojos de Oriana se iluminaron de tanta alegría. Ambos quedaron
mirándose fijamente hasta comenzar a acariciarse con mucha sutileza. Ronroneos
y maullidos de amor comenzaron a ventilarse a través de aquella reja divisora,
expandiéndose por las dos casas en disputa.
Tal fue el efecto de esta muestra de amor, que los dueños
acudieron a ver de dónde provenía aquel aire armonioso y romántico.
Al encontrarse con aquel cuadro de amor gatuno, fue inevitable no
conmoverse. En consecuencia, el dueño de la gata determinó no esterilizarla
hasta que tuviera su primera cría; ambos decidieron dejar que los gatos se
unieran para siempre, y se estrecharon la mano como símbolo de una amistad
perdurable, así como el amor de Chicho y Oriana.
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