Un día, entró muy cauteloso a la
casa de la vecina, tomó un pan de la mesa, y con tranquilidad se vino al patio
a comérselo. Detrás de él, venía la vecina alarmada por lo sucedido: ¡Su hijo
menor se había quedado sin desayuno!
Jeremías insistía en la necesidad
de amarrarlo, pero algunos miembros se negaban a hacerlo. Por lo tanto,
acordaron una reunión urgente para tomar una decisión.
Se escucharon las ventajas de tener
a Napo suelto:
─Cuidará la casa de
algún ladrón.
─Tendremos quien nos
reciba en casa.
─Nos hace reír con sus
volteretas y poses.
Se escucharon las
ventajas de tenerlo amarrado:
─No se comerá panes
ajenos.
─No romperá las
sandalias de Mireya.
El perro no dejaba de mirarlos a todos con sus ojitos
marrones brillantes y despiertos.
Jeremías, en un tono protocolar, expresó: ─Levante la mano
quien desea tener a Napo amarrado.
Sólo se vio su mano
levantada.
Luego, en el mismo tono, dijo: ─Ahora, levante la mano
quien desea tener a Napo suelto.
El perro, sin esperar respuesta, levantó su pata
delantera y comenzó a reír como un niño. Todos estupefactos ante esta reacción,
se miraron, se sonrieron y acordaron estar más atentos de no dejar la reja
principal abierta para evitar otra escapada de Napo. Ahora, él corretea
felizmente por todo el patio haciendo reír a toda la familia, y sin comerse
panes ajenos.
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