LA NIÑA QUE ALCANZABA LAS ESTRELLAS
A mi padre Nelson y a mi sobrina Joseannys.
Había una vez una niña muy lista
llamada Guadalupe, pero era tan seria que su tía Minerva acudía a muchas
cosquillas para hacerla reír. Una noche contemplaban el cielo estrellado y su tía le dijo: - Mira, Guada, ¡qué hermosas estrellas!
Pero la exclamación de la niña la paralizó: ─¡Tía,
yo tengo una! ─Y tras esta expresión, metió su pequeña mano en el bolsillo y sacó
una estrella diminuta muy linda como jamás pudiera imaginarse.
La tía, perpleja ante lo que veía, le
preguntó: ─Guadalupe, ¿cuándo, dónde y cómo alcanzaste esa estrella?
La niña con firmeza le respondió: ─Tía
Minerva, solo te lo diré si prometes guardarme el secreto.
─Está bien, te lo prometo ─dijo la tía con una sonrisa placentera.
De esta forma, la pequeña comenzó su
relato:
─Tía, ya sabes que yo quería mucho a mi
abuelo, pero un día vine a buscarlo y me dijeron que se había ido al cielo. Entonces
decidí buscarlo en el mismo cielo; subí por unas escaleras blanquecinas y
radiantes, a medida que ascendía, muchas estrellas aparecían en mi camino, a
las que tomaba y guardaba en mis bolsillos. Al llegar muy, muy arriba me
encontré con dos resplandecientes querubines, guardianes de aquella entrada.
Uno de ellos, con alas doradas, me preguntó el motivo de mi visita. Cuando le
dije que era para buscar a mi abuelo, el otro, con alas verdes, me contestó que
eso no era posible, que tenía que regresar.
─¡Pues no, quiero ver a mi abuelo! Y no me moveré de aquí hasta que lo vea.
Los querubines se miraron sonreídos ante la terquedad de la niña.
─Está bien –dijo el primero de los querubines- ¿Por qué crees que tu abuelo
está en este lugar?
─Si les digo, ¿me dejarán verlo? –dijo la nena.
─Pues… -dijeron ellos.
─Con dudas no hay trato ─respondió ella.
─Está bien ─asintieron los querubines.
─¡Me lo dijeron en la tierra y aquí una
estrella me lo confirmó! –dijo la niña con sus ojos muy abiertos.
Los ángeles quedaron maravillados ante semejante respuesta.
─¿A ver, y cómo es eso? ¿Tú hablas con las estrellas? –le dijo el de alas
doradas.
─¡Sí! Ellas son mis amigas.
En ese momento, metió las manos en sus
bolsillos y sacó estrellas muy diminutas, pero muy brillantes.
El querubín de alas verdes la interrogó: ─Queremos saber cuál de ellas te dijo que aquí podías hallar a tu
abuelo.
─Eso no se los puedo decir. Estén conformes con saber que fue una de ellas ─asintió enérgicamente Guadalupe.
Ante la actitud de la niña, los querubines le dijeron que así no podían
ayudarla y ella, al ver que ellos hablaban muy seriamente, prosiguió casi
desvanecida:
─¡Ah, no! Es que si les confieso cuál de ellas fue, ustedes la echarán
de aquí y…
─¿Pero, cómo? Si has sido tú quien la ha tomado de aquí –contestó el de
alas doradas.
─Sí, pero eso será hasta que consiga a mi abuelo. Prometo devolverlas… si
me dejan verlo –dijo la niña casi en susurro.
─Lo verás –dijeron los ángeles al unísono-solo es importante que nos diga
cuál de ellas fue. Te prometemos que recibiremos a todas las estrellas que
guardas en tus manos ─le dijo el de alas verdes.
Guadalupe abrió sus manitos con mucho temor y señaló a la más brillante.
Los querubines se miraron muy
sonreídos.
─¿Qué pasó? ¿Acaso dije algo chistoso? ─dijo ella molesta.
─No, mi niña, entréganos la estrella –dijeron ellos.
Temerosa, la niña obedeció a los ángeles; al mismo tiempo que su mirada
inocente rogaba que protegieran a la estrella.
─Preciosa niña, no podemos arrojarla porque esta estrella es tu abuelo. En
ella se convirtió cuando subió al cielo –le informó el de alas doradas.
Ella, con tristeza les suplicó: ─¿Y si ahora les digo que me quiero quedar con ella?
─No, no puedes porque este es el lugar de tu abuelo. Además, hicimos un
trato, ¿no?
La niña bajó su cabecita y con una voz
débil respondió: ─Es verdad, ¿pero ahora cómo podré
reconocer a mi abuelo cada vez que mire al cielo?
─Porque verás titilar el corazón de la estrella cargado de mucho brillo y
musicalidad –le respondió el de alas verdes.
Guadalupe, sin más, soltó las
estrellas por encima de los querubines, descendió con lentitud por la escalera
celestial, mientras una de sus manos irradiaba una luz muy brillante que le
iluminaba el camino.
Ante maravilloso relato, la tía
Minerva tomó a la niña en sus brazos y con lágrimas en los ojos, le preguntó:
─A ver nena, me gustaría saber por qué aún
conservas una estrella, si me has dicho que todas las arrojaste allá arriba.
─Porque hay un pedacito del corazón de mi abuelo
que llevaré por toda la eternidad – dijo la niña dulcemente.
agradecida con dayana x tan bonito detalle
ResponderEliminarCon amor para mis sobrinos, Andrea.
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