EL NIÑO QUE AMABA LAS PALABRAS
Al niño Sebastián Figueredo, un gran amigo de los libros.
Aquella mañana,
Sebas caminaba con sus padres por los alrededores de la Galería de Arte
Nacional. Al darse cuenta de aquel monumento arquitectónico, el niño reconoció
haberlo visto en su enciclopedia escolar y exclamó:
─¡Mami, papi, miren, esa es la Galería de Arte
Nacional!
─¿Hijo, cómo sabes que esa es la galería? ─indagó su padre con mucha curiosidad.
─Papi, es que la maestra de artes nos dijo que
ahí hay pinturas de algunos artistas venezolanos, como Armando Reverón, Arturo
Michelena, Cristóbal Rojas… no recuerdo otros… ¡Y también nos mostró una foto
de la galería que sale en la didáctica!
Los padres se miraron con asombro y
satisfacción.
─¡Por favor, entremos! ─dijo Sebas muy entusiasmado.
─Hoy no se podrá, hijo. Nos falta hacer otras diligencias ─dijo la madre seriamente.
─Es cierto, Sebas. Tu mamá tiene razón ─secundó el padre─; además si entramos, no disfrutaremos de nada con tan poco tiempo.
─Pero, papá, mamá, ¿cuándo volveremos a pasar por aquí? Por favor, quiero
entrar, así sea un ratico. Les prometo que cuando ustedes me digan para irnos,
les haré caso.
Los padres pensaron que por los
compromisos de trabajo y estudio, en realidad faltaban muchos meses para volver a pasar por
aquella zona, por lo que decidieron complacer a su hijo para que conociera la
galería y así ellos también darse esa oportunidad.
─Está bien, hijo. Entraremos ─expresó su padre─ pero solo unos minutos, ¿entendido?
─¡Sí, papi! ¡Gracias! ─estimó el niño colmado de vehemencia.
Tras este agradecimiento, la familia hizo su
entrada por el largo pasillo de la galería. En la siguiente puerta, una señora
alta y enigmática, vestida de negro y con unos grandes anteojos, los recibió.
La primera reacción del niño fue esconderse detrás de sus padres, porque la
impresión misteriosa de la señora lo asustó.
─Hijo, ¿qué te pasa? Saluda a la señora ─dijo la madre extrañada.
Pero Sebas seguía escondido.
─Hijo, por favor, sé amable con ella ─expresó el padre.
─¡Es que esa señora es muy mística! ─replicó el niño.
Ante esta afirmación, todos los
presentes, más otros visitantes que pasaban en ese momento, voltearon a mirar
al pequeño.
La señora preguntó por el nombre del niño y
luego arguyó con una leve sonrisa de agrado: ─Sebas, ¿y tú sabes qué significa esa palabra?
─Sí ─dijo enérgicamente.
─A ver, ¿qué quiere decir, Sebas? ─interrogó la señora con tanta dulzura cuyo efecto generó que la suspicacia
del niño desapareciera.
─Esa palabra quiere decir misteriosa,
enigmática, también puede significar oculto y mágico. ¡Es una de mis
preferidas!
Todos quedaron boquiabiertos ante tal
respuesta.
─Hijo, ¿cómo sabes eso? ─preguntó su madre sin salir de su admiración.
─Mami, se te olvida que tú me dices que cuando no entienda una palabra, la
busque en el diccionario, el gran amigo de los estudios - manifestó el niño.
─Es cierto, hijo ─afirmó la madre muy feliz.
─¡Qué bien! ─exclamó la señora tomando al niño de la mano─ Y ahora los llevaré a conocer este
maravilloso museo.
Pero antes de empezar el recorrido, el niño
se detiene:
─¿Y usted cómo se llama?
─Me llamo Zoraida.
─¡Ya quiero conocer la galería, Zoraida!
─Hijo, señora Zoraida, no lo olvides─ dijo el padre.
─No se preocupe. La cercanía no impide el respeto. Puede llamarme así ─dijo la señora.
Y así iniciaron el recorrido, mientras la
familia observaba muy entusiasmados las grandes pinturas, esculturas y otras
piezas de arte.
Luego de un pasear rápido por el primer piso,
los padres agradecieron a Zoraida su amable atención e indicaron que tenían que
irse porque solo estaban de paso. Sebas, tan feliz estaba por aquel corto
paseo, que le preguntó a la guía: ─¿Cuándo volvamos a la galería, usted estará aquí?
─Depende del día que venga, Sebas, porque trabajo por guardia.
─Ah, entonces le puede dar su número de teléfono a mi mamá para que ella la
llame antes de venir.
─Claro, Sebas, con gusto ─afirmó Zoraida─ y sigue así, amando las palabras.
Luego de que la madre apuntara el número de
celular, se despidieron. De repente, el niño se voltea y con una
mirada vivaz, exclama:
─¡Zoraida, te llevaré en mi corazón y en mi teléfono también!
─¡Gracias, Sebas! ¡Yo también!
La familia salió muy contenta de haber
disfrutado de tan grato momento, gracias al interés de Sebas por conocer este
maravilloso museo artístico.
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