viernes, 24 de agosto de 2018

El niño que amaba las palabras (Cuento)



EL NIÑO QUE AMABA LAS PALABRAS
Al niño Sebastián Figueredo, un gran amigo de los libros.

             Aquella mañana, Sebas caminaba con sus padres por los alrededores de la Galería de Arte Nacional. Al darse cuenta de aquel monumento arquitectónico, el niño reconoció haberlo visto en su enciclopedia escolar y exclamó:
          ¡Mami, papi, miren, esa es la Galería de Arte Nacional!
          ¿Hijo, cómo sabes que esa es la galería? indagó su padre con mucha curiosidad.
          Papi, es que la maestra de artes nos dijo que ahí hay pinturas de algunos artistas venezolanos, como Armando Reverón, Arturo Michelena, Cristóbal Rojas… no recuerdo otros… ¡Y también nos mostró una foto de la galería que sale en la didáctica!
          Los padres se miraron con asombro y satisfacción.
¡Por favor, entremos! dijo Sebas muy entusiasmado.
Hoy no se podrá, hijo. Nos falta hacer otras diligencias dijo la madre seriamente. 
Es cierto, Sebas. Tu mamá tiene razón secundó el padre; además si entramos, no disfrutaremos de nada con tan poco tiempo.
Pero, papá, mamá, ¿cuándo volveremos a pasar por aquí? Por favor, quiero entrar, así sea un ratico. Les prometo que cuando ustedes me digan para irnos, les haré caso.
Los padres pensaron que por los compromisos de trabajo y estudio, en realidad faltaban muchos meses para volver a pasar por aquella zona, por lo que decidieron complacer a su hijo para que conociera la galería y así ellos también darse esa oportunidad.
Está bien, hijo. Entraremos expresó su padre pero solo unos minutos, ¿entendido?
¡Sí, papi! ¡Gracias! estimó el niño colmado de vehemencia.
Tras este agradecimiento, la familia hizo su entrada por el largo pasillo de la galería. En la siguiente puerta, una señora alta y enigmática, vestida de negro y con unos grandes anteojos, los recibió. La primera reacción del niño fue esconderse detrás de sus padres, porque la impresión misteriosa de la señora lo asustó.
Hijo, ¿qué te pasa? Saluda a la señora dijo la madre extrañada.
Pero Sebas seguía escondido.
Hijo, por favor, sé amable con ella expresó el padre.
¡Es que esa señora es muy mística! replicó el niño.
 Ante esta afirmación, todos los presentes, más otros visitantes que pasaban en ese momento, voltearon a mirar al pequeño.
La señora preguntó por el nombre del niño y luego arguyó con una leve sonrisa de agrado:  Sebas, ¿y tú sabes qué significa esa palabra?
 dijo enérgicamente.
A ver, ¿qué quiere decir, Sebas? interrogó la señora con tanta dulzura cuyo efecto generó que la suspicacia del niño desapareciera.
 Esa palabra quiere decir misteriosa, enigmática, también puede significar oculto y mágico. ¡Es una de mis preferidas!
Todos quedaron boquiabiertos ante tal respuesta.
Hijo, ¿cómo sabes eso? preguntó su madre sin salir de su admiración.
Mami, se te olvida que tú me dices que cuando no entienda una palabra, la busque en el diccionario, el gran amigo de los estudios - manifestó el niño.
Es cierto, hijo afirmó la madre muy feliz.
¡Qué bien! exclamó la señora tomando al niño de la mano Y ahora los llevaré a conocer este maravilloso museo.
Pero antes de empezar el recorrido, el niño se detiene:
¿Y usted cómo se llama?
Me llamo Zoraida.
¡Ya quiero conocer la galería, Zoraida!
Hijo, señora Zoraida, no lo olvides  dijo el padre.
No se preocupe. La cercanía no impide el respeto. Puede llamarme así dijo la señora.
Y así iniciaron el recorrido, mientras la familia observaba muy entusiasmados las grandes pinturas, esculturas y otras piezas de arte.
Luego de un pasear rápido por el primer piso, los padres agradecieron a Zoraida su amable atención e indicaron que tenían que irse porque solo estaban de paso. Sebas, tan feliz estaba por aquel corto paseo, que le preguntó a la guía: ¿Cuándo volvamos a la galería, usted estará aquí?
Depende del día que venga, Sebas, porque trabajo por guardia.
Ah, entonces le puede dar su número de teléfono a mi mamá para que ella la llame antes de venir.
Claro, Sebas, con gusto afirmó Zoraida y sigue así, amando las palabras.
Luego de que la madre apuntara el número de celular, se despidieron. De repente, el niño se voltea y con una mirada vivaz, exclama:
¡Zoraida, te llevaré en mi corazón y en mi teléfono también!
¡Gracias, Sebas! ¡Yo también!
La familia salió muy contenta de haber disfrutado de tan grato momento, gracias al interés de Sebas por conocer este maravilloso museo artístico.


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