La
primavera de Leo y su amiga Tati
Al niño Leonardo Morales,
¡qué el amor primaveral esté siempre en tu corazón!
Una tarde, Leo y su mamá fueron de visita al Rosedal
de Palermo, un hermoso jardín ubicado en el corazón del Parque Tres de Febrero.
Al principio, el niño pensó que sería muy aburrido porque estaría muchas horas sin
divertirse con su tableta. Sin embargo, a medida que recorría aquella
maravillosa rosaleda, su asombro crecía cada vez más.
—¡Mami, qué bello lugar! —exclamó Leo.
— ¡Qué alegría que te guste, hijo!
—manifestó la madre conmovida.
—Estas flores son muy delicadas, mami, hay que
tratarlas con amor.
—Sí, hijo. ¡Con muchísimo amor! Espero
que hoy sea un día inolvidable para ti.
—Gracias, mami—al tiempo que abrazaba y
besaba a su madre.
Al
instante, Leo se acercó a contemplar unas rosas rojas, pero el sollozo de una
niña que estaba sentada al costado de una de las plantas, lo detuvo.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
—interrogó el niño.
—Me pinché el dedo —gimió la pequeña—.
Solo quería tocarlas.
—¿Te duele mucho? ¿Y por qué no le dices
a tu mamá?
—¡Mírala! Estoy segura que no vendrá…
Está con su celular —manifestó la niña con un dejo de nostalgia.
—¿Estás segura? Cuando me lastimo le
digo a mi mamá. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Tatiana, pero todos me dicen
Tati. ¿Y tú?
—Me llamo Leonardo, pero todos me dicen
Leo —ambos ríen.
En ese momento, desde las plantas se
escucha un ¡pst, pts, pst!
—¡¿Quéeeee?! —gritaron los niños.
De
repente, todo el Rosedal comenzó a llenarse de magia. Las rosas comenzaron a
humanizarse y a acercarse a los visitantes, algunas de ellas los pinchaban sutilmente
con sus espinas, y ellos reaccionaban de múltiples formas: unos con ira, otros
con dolor, algunos con quejas, mientras que otros se mostraban totalmente
indiferentes.
Otras
rosas hacían lo contrario, los acariciaban con sus pétalos y los perfumaban con
sus agradables aromas al rociarlos con sus néctares. Ante este hecho
extraordinario algunos sonreían, otros lloraban, unos suspiraban, unos
bailaban, mientras que otros reflejaban una absoluta resistencia.
Debido
a esto, una de las rosas más sensibles lloraba porque aquel grupo indolente, absorto
en sus celulares, no reaccionaba ni a los pinchazos ni a las caricias.
—¿Por
qué tanta indiferencia, tanta resistencia? ¿Qué les está pasando? —preguntaba la rosa entre sollozos—. Si esto
es aquí, en este hermoso lugar, ya es fácil imaginar lo que sucede en sus
casas con sus familias. ¿Ustedes pueden darme alguna respuesta? —miró a los
niños, mientras se secaba las lágrimas.
Leo
y Tati cruzaron miradas sin saber qué decir, hasta que la niña respondió con valentía: —Miren a mi mamá. Ella es una de las indiferentes —y prorrumpió en
lágrimas.
—Cálmate,
Tati —le dijo Leo — Esta linda rosa te ayudará.
—No,
Leo. ¡Ustedes nos ayudarán! —suplicó la rosa.
—¡¿Nosotros?!
¿Y cómo? —expresaron los infantes.
—Ustedes,
con su inteligencia y creatividad, podrán ayudarnos a que este grupo indolente y dormido en una hipnosis tecnológica, despierte.
—¿Y
qué podemos hacer nosotros? —insistieron los pequeños.
Tati
y Leo hablaron entre ellos en susurro:
—¿Qué
hacemos, Leo?
—Ayudemos
a nuestra amiga rosa, ¡y así tu mamá vendrá a ver tu dedo! —exclamó sonriente.
—¡Y
muchos despertarán! —intervino la rosa.
Los
niños se sobresaltaron porque pensaban que la rosa no los estaba escuchando.
—¡Te
ayudaremos! —exclamaron Tati y Leo.
—¡Gracias!
—expresó la rosa.
—A
ver… a ver… —comentaban.
—¡Y
si le quitamos los celulares!
—Eso
sería una misión imposible. Están tan aferrados a ellos, que ya son una extensión
de su cuerpo. Será como mutilarlos y no queremos violencia.
—Y
si…
En
medio de esta lluvia de ideas, Leo preguntó:
—¡¿Y
si jugamos a colocarles una rosa en cada una de las pantallas de sus teléfonos?!
—Es
verdad, Leo, quizás al verlas y sentirlas tan de cerca, despierten —agregó Tati.
—¿Y
por qué te gusta esa idea, Leo? —curioseó la rosa.
—Porque
ustedes son un regalo de amor de la naturaleza, son cultivadas con mucho amor, así
que todo este sentimiento se lo pueden dar a todas estas personas, algo que
jamás podrán recibirlo de un celular.
—Y
así mi mamá podrá darme más amor a mí y menos al teléfono —aclaró Tati muy
sonriente.
—¡Qué
maravillosa idea! ¡Empecemos! —indicó la rosa.
De
esta manera, los niños corrieron de un lado a otro con coloridas rosas en sus
manos, a las que fueron colocando amablemente en las pantallas móviles de los
visitantes. Poco a poco, ellos comenzaron a tocarlas, a olerlas, a
contemplarlas. Todos sus sentidos despertaron ante este bello regalo de la
naturaleza, instante mágico en donde olvidaron sus celulares y disfrutaron de
la simpleza de estas rosas.
Empezaron
a reconocer sus dolores y sus heridas gracias a los pinchazos. Se dieron cuenta
de que no sabían dar amor porque nunca lo recibieron. Incluso, para muchos, era
la primera vez que sentían estas agradables caricias. Sus ideas de dar y
recibir amor estaban totalmente deformadas.
Estallaron
lágrimas, suspiros, gritos, susurros, risas, disculpas, abrazos, miradas. El
panorama era agradable y muy esperanzador.
—¡Esto es dar amor! ¡Esto es darse amor! —festejó
la rosa— ¡Gracias, niños! ¡Sabía que con ustedes lo lograríamos!
—¡Gracias
a ti por tomarnos en cuenta! —expresaron los pequeños— ¡Qué primavera tan
extraordinaria!
Poco
a poco las rosas volvían a sus lugares, mientras sus visitantes admiraban y
disfrutaban de este hermosísimo lugar.
—Tati, ¿aún te duele el pinchazo?
—Ya no, Leo. ¡Hasta lo había olvidado!
En ese momento, la mamá de la niña se
acerca a ellos.
—Hija, vamos a recorrer la rosaleda… ¿Y
quién es este pequeño?
—Es Leo, mami. ¡Un amigo de este bello y
grandísimo jardín!
—Hola, Leo. Es un gusto conocerte.
—Hola, mamá de Tati.
Se despidieron y madre e hija iniciaron
su recorrido, al tiempo que conversaban:
—¿Y tu teléfono, mami?
—Lo guardé, hija. Esta tarde es de
nosotras.
—¡Qué alegría, mami! Sabes que me pinché un dedo y…
Mientras Leo observaba muy sonriente
cómo se alejaban, la voz de su madre lo interrumpió:
—¿Conoces a esas personas, hijo?
— Es Tati, mami. ¡Una amiga de este
bello y grandísimo jardín! Está con su mamá.
—¿Y
de qué hablaban?
—De los pinchazos con las espinas de las
rosas.
—¡Ah! Hay que tener cuidado con ellas,
hijo mío.
—Mami, no te preocupes, a veces las
espinas pueden ayudar mucho, ellas no son tan malas como parecen. Una rosa no
puede estar sin su espina.
—Hijo, ¿y de dónde aprendiste eso?
—De la primavera, mami… de esta
extraordinaria primavera.
—¡Qué felicidad, hijo! Sigamos con
nuestro paseo.
—¡Sí, mami! Y como me dijiste, será un
día inolvidable.
—¡A disfrutar! —expresaron ambos mientras
el Rosedal los arropaba con sus bellos colores y sus agradables aromas.
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