El
furor de las sombras
Un encuentro
in-esperado
A mis ahijados de corazón del Colegio El
Placer
PROMO
XXXIII 2020
Mientras
la profesora Selene conversaba con sus estudiantes sobre literatura, un rayo
multicolor impactó inesperadamente en los ventanales del aula de clases, segundos
después se escuchó un estrepitoso trueno, lo que generó gritos e incertidumbre hasta
que un silencio y una extraña polvareda se expandieron por todo el salón,
mientras que las hojas de los libros flotaban en el aire. Todos habían
desaparecido.
En otro lugar, cavernoso
y tétrico, muchas sombras se movían entre voces abigarradas que no paraban de
hacerse preguntas:
—¿Por qué solo puedo
mirarte el corazón?
—¿Y a ti, por
qué solo puedo mirar tus piernas?
—¿Y a ti, por
qué solo puedo mirarte un brazo?
—¿Qué nos pasó?
Y así, muchas
interrogantes hacían eco en aquel extraño y misterioso lugar.
Algunas de ellas
intentaron abrazarse, pero no tenían brazos; otras intentaron calmar su sed o
saciar su hambre, pero no tenían boca; algunas querían caminar, pero no tenían
piernas; pocas querían ver, pero no tenían ojos; otras querían pensar, pero no
tenían cabeza; muchas querían amar, pero no tenían corazón.
En vista de
esto, una furia enardecida se apoderó de estas sombras. Comenzaron a patearse
entre sí, pero tal era su denuedo que todas quedaron enmarañadas, transformándose
en una masa amorfa compuesta por ojos, pies, manos, corazones, piernas, cabezas,
brazos.
Así,
en este estado, continuaron las interpelaciones:
—¿Qué
nos sucedió?
—Vayamos
al principio.
—Estábamos
en clase de literatura.
—¿Qué
hacemos aquí?
—¿Qué
lugar es este?
—Yo
solo miro corazones burbujeantes.
—Y
yo piernas.
—Y
yo brazos.
De
esta manera, estas sombras se sentían como en un mar de aburrimiento.
Estaban atrapadas, no podían moverse, se sentían asfixiadas.
—En este momento
no nos provoca nada.
—¡Estamos cansados!
—No soportamos
esta situación.
—¡Sáquennos de
aquí!
—¡Auxiiiiiiiiilio!
Después
de este grito, un silencio turbador reinó en el ambiente hasta que una silueta
muy blanca y brillante irrumpió con su voz: —¡Generación insensata! No entienden que solo están perdiendo su tiempo.
—¿Nosotros?
—gritaron al unísono.
—¿Quién habla? —interrogaron
algunos.
—No importa
quién les hable. —refutó la voz.
—¡Claro que sí
importa! —interrumpió uno de ellos con mucha ofuscación.
—¡Generación insensata, les repito! —gruñó la
voz.
—¡Con insultos,
no! ¡Espera que salga de aquí y verás cómo te pateo! —exigió otra sombra.
—Lo ves, eres una insensata. ¿Pretendes remediar
un insulto con más violencia? —rebatió la sorprendente silueta.
—Por favor, le
pedimos respeto. —demandó otra.
—Una que piensa
que solo con educación logrará algo. —sonrió la silueta.
—Oye, ¡ya! Yo
simplemente quiero irme a mi casa a dormir. —expresó una.
—Ves, otra
displicente que cree que así, con su indiferencia, puede salvar el mundo.
—Yo lo que
necesito es que me expliques cómo llegamos hasta aquí.
—Otra que quiere
respuestas fáciles y no es capaz de pensar. —suspiró la voz.
—¿Por qué en vez
de enjuiciarnos, no nos ayuda a salir de aquí?
—¡Tenemos que
saber quién nos está hablando! Porque seguramente eres el culpable de
encontrarnos así, estúpidamente inmóviles.
—Calma,
muchachos, calma. Aún no los dejaré libres, hasta tanto no me hayan escuchado
todo lo que vine a decirles. ¿Qué se siente estar atrapado? —dijo la voz, ya
más cálida y amigable.
—¡Dijiste
hablar, no interrogar! —interpeló otro de ellos.
—Ya, dejemos que
esta desconocida voz hable, pregunte o lo que sea, quizás nos ayude a salir de aquí.
—expresó otra sombra con sumo cansancio.
—¿Qué es la
empatía para ustedes? —preguntó la voz.
De
inmediato, imperó un tenso mutismo. Luego, entre vacilaciones y certezas, cada
uno empezó a dar su punto de vista, no
obstante, fue inevitable una discusión entre ellos.
—¿Cómo puedo ser
empático con un burlón de primera?
—Me estoy
asfixiando y necesito decir todo lo que siento.
—Eres un tonto.
Siempre me han molestado tus bromas.
—Solo me reía
por complacerte, pero todas ellas me parecían ridículas.
—Tus bromas eran
insoportables
—¿Y por qué no
me lo habían dicho antes?
—Por miedo a ser
auténtico.
—¡Basta de
máscaras!
—Es que resulta
muy difícil estar sin máscaras en un entorno tan banal y tan vacío como esta
sociedad en la que vivimos.
Ante esta última
aseveración, la voz empezó a estremecer, al mismo tiempo dulcificar, sus
pensamientos y sentimientos con su nueva intervención:
—¿Y qué es la
compasión, la vanidad, el egoísmo, la dulzura, el amor, la tristeza, el dolor,
la amargura, la ira? ¿Han tenido estos
sentimientos o emociones similares? ¿Qué color conocen más: el negro, el blanco
o el claroscuro? ¿Saben que se siente ser ciego, malicioso, manco, sordo,
vulnerable, ingenuo? Piensen. ¿Creen que así como están, embrolladamente
unidos, pero unidos, no pueden resolver, descubrir, impulsar? Les digo: “No siempre la inamovilidad es
ausencia de acción”. Están a tiempo. Mírense, acompáñense, abrácense,
comuníquense, respétense, ¡vivan, vivan! Todos tienen la misma luz, solo que
cada uno brillará a su manera.
De
repente todos empezaron a dialogar con frases, en principio, inconexas:
—¡No,
hoy no!
—¡Ahí
viene!
—¡Sonrisas apresuradas!
—¡Queremos
crecer!
—¡No
quiero!
—¡Me
gustas!
—¡Ya,
hagan silencio!
—¿Por
qué?
—¿Para
qué?
A
medida que hablaban, la incoherencia verbal fue evolucionando a un coro unánime
que gritaba sus deseos, ideales, pasiones… bajo un mismo palpitar: todos se
sentían responsables de la masa en la que se habían convertido. Este
sentimiento logró que esta masa amorfa fuera desintegrándose, y cada una de las
sombras comenzara a corporeizarse lentamente y con tal liviandad, que quedaron
suspendidas en el aire, en un ambiente más resplandeciente y luminoso. Todas
empezaron a flotar y a entrar en cuatro dimensiones: acuática, terráquea,
etérea y llameante.
En
la primera, a medida que sus siluetas tenían contacto con el agua, tibia y
cristalina, empezaron a sentir todas sus partes corporales. Sus movimientos
flotantes le hacían recordar cómo era estar en el vientre de sus madres, hasta
que sutilmente, como en cámara lenta, fueron descendiendo al espacio terráqueo,
y ante cada paso que daban, aumentaba su seguridad en la búsqueda de sus anhelos,
sus esperanzas, sus sentimientos, sus intuiciones, sus pensamientos.
Esto
hizo ascenderlos a la dimensión etérea, a través de un leve impulso que fue in crescendo, a medida que unas alas
invisibles se apoderaban de sus brazos y los empujaba a volar. Eran como aves
libres que planeaban al compás de las corrientes de aire. Tal era la sensación,
que sus cuerpos eran simples plumas que se regocijaban en los copos de la
bóveda celeste. En ese momento apareció una luz incandescente, cuyos destellos
le enceguecían y varias chispas abrasantes le rozaban sus cuerpos. Habían
llegado al espacio llameante, un túnel con muchas ventanas y luces de colores. Aquí,
todos corrieron a acercarse a ellas, y tras la hermosa y resplandeciente luz
que emergía de cada ventana, se detuvieron a mirar el horizonte infinito.
Segundos
después, todos estaban nuevamente en el salón de clases. La profesora Selene,
muy risueña, les preguntó: ¿Qué les pareció la lectura y la discusión de hoy?
Todos se miraron sonreídos,
asombrados, emocionados…
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