martes, 15 de septiembre de 2020

El furor de las sombras

 

 El furor de las sombras
Un encuentro in-esperado

 

A mis ahijados de corazón del Colegio El Placer

PROMO XXXIII 2020

 

            Mientras la profesora Selene conversaba con sus estudiantes sobre literatura, un rayo multicolor impactó inesperadamente en los ventanales del aula de clases, segundos después se escuchó un estrepitoso trueno, lo que generó gritos e incertidumbre hasta que un silencio y una extraña polvareda se expandieron por todo el salón, mientras que las hojas de los libros flotaban en el aire. Todos habían desaparecido.

En otro lugar, cavernoso y tétrico, muchas sombras se movían entre voces abigarradas que no paraban de hacerse preguntas:  

—¿Por qué solo puedo mirarte el corazón?

—¿Y a ti, por qué solo puedo mirar tus piernas?  

—¿Y a ti, por qué solo puedo mirarte un brazo?

—¿Qué nos pasó?

Y así, muchas interrogantes hacían eco en aquel extraño y misterioso lugar.

Algunas de ellas intentaron abrazarse, pero no tenían brazos; otras intentaron calmar su sed o saciar su hambre, pero no tenían boca; algunas querían caminar, pero no tenían piernas; pocas querían ver, pero no tenían ojos; otras querían pensar, pero no tenían cabeza; muchas querían amar, pero no tenían corazón.

En vista de esto, una furia enardecida se apoderó de estas sombras. Comenzaron a patearse entre sí, pero tal era su denuedo que todas quedaron enmarañadas, transformándose en una masa amorfa compuesta por ojos, pies, manos, corazones, piernas, cabezas, brazos.

            Así, en este estado, continuaron las interpelaciones:

            —¿Qué nos sucedió?

            —Vayamos al principio.

            —Estábamos en clase de literatura.

            —¿Qué hacemos aquí?

            —¿Qué lugar es este?

            —Yo solo miro corazones burbujeantes.

            —Y yo piernas.

            —Y yo brazos.

            De esta manera, estas sombras se sentían como en un mar de aburrimiento. Estaban atrapadas, no podían moverse, se sentían asfixiadas.  

—En este momento no nos provoca nada.

—¡Estamos cansados!

—No soportamos esta situación.

—¡Sáquennos de aquí!

—¡Auxiiiiiiiiilio!

            Después de este grito, un silencio turbador reinó en el ambiente hasta que una silueta muy blanca y brillante irrumpió con su voz: —¡Generación insensata! No entienden que solo están perdiendo su tiempo.

            —¿Nosotros? —gritaron al unísono.

—¿Quién habla? —interrogaron algunos.

—No importa quién les hable. —refutó la voz.

—¡Claro que sí importa! —interrumpió uno de ellos con mucha ofuscación.

—¡Generación insensata, les repito! —gruñó la voz.

—¡Con insultos, no! ¡Espera que salga de aquí y verás cómo te pateo! —exigió otra sombra.

—Lo ves, eres una insensata. ¿Pretendes remediar un insulto con más violencia? —rebatió la sorprendente silueta.

—Por favor, le pedimos respeto. —demandó otra.

—Una que piensa que solo con educación logrará algo. —sonrió la silueta.

—Oye, ¡ya! Yo simplemente quiero irme a mi casa a dormir. —expresó una.

—Ves, otra displicente que cree que así, con su indiferencia, puede salvar el mundo.

—Yo lo que necesito es que me expliques cómo llegamos hasta aquí.

—Otra que quiere respuestas fáciles y no es capaz de pensar. —suspiró la voz.

—¿Por qué en vez de enjuiciarnos, no nos ayuda a salir de aquí?

—¡Tenemos que saber quién nos está hablando! Porque seguramente eres el culpable de encontrarnos así, estúpidamente inmóviles.

—Calma, muchachos, calma. Aún no los dejaré libres, hasta tanto no me hayan escuchado todo lo que vine a decirles. ¿Qué se siente estar atrapado? —dijo la voz, ya más cálida y amigable.

—¡Dijiste hablar, no interrogar! —interpeló otro de ellos.

—Ya, dejemos que esta desconocida voz hable, pregunte o lo que sea, quizás nos ayude a salir de aquí. —expresó otra sombra con sumo cansancio.

—¿Qué es la empatía para ustedes? —preguntó la voz.

            De inmediato, imperó un tenso mutismo. Luego, entre vacilaciones y certezas, cada uno empezó a dar su punto de vista, no obstante, fue inevitable una discusión entre ellos.

—¿Cómo puedo ser empático con un burlón de primera?

—Me estoy asfixiando y necesito decir todo lo que siento.

—Eres un tonto. Siempre me han molestado tus bromas.

—Solo me reía por complacerte, pero todas ellas me parecían ridículas.

—Tus bromas eran insoportables

—¿Y por qué no me lo habían dicho antes?

—Por miedo a ser auténtico.

—¡Basta de máscaras!

—Es que resulta muy difícil estar sin máscaras en un entorno tan banal y tan vacío como esta sociedad en la que vivimos.

Ante esta última aseveración, la voz empezó a estremecer, al mismo tiempo dulcificar, sus pensamientos y sentimientos con su nueva intervención:

—¿Y qué es la compasión, la vanidad, el egoísmo, la dulzura, el amor, la tristeza, el dolor, la amargura, la ira?  ¿Han tenido estos sentimientos o emociones similares? ¿Qué color conocen más: el negro, el blanco o el claroscuro? ¿Saben que se siente ser ciego, malicioso, manco, sordo, vulnerable, ingenuo? Piensen. ¿Creen que así como están, embrolladamente unidos, pero unidos, no pueden resolver, descubrir, impulsar?  Les digo: “No siempre la inamovilidad es ausencia de acción”. Están a tiempo. Mírense, acompáñense, abrácense, comuníquense, respétense, ¡vivan, vivan! Todos tienen la misma luz, solo que cada uno brillará a su manera.

            De repente todos empezaron a dialogar con frases, en principio, inconexas:

            —¡No, hoy no!

            —¡Ahí viene!

            —¡Sonrisas apresuradas!

            —¡Queremos crecer!

            —¡No quiero!

            —¡Me gustas!

            —¡Ya, hagan silencio!

            —¿Por qué?

            —¿Para qué?

            A medida que hablaban, la incoherencia verbal fue evolucionando a un coro unánime que gritaba sus deseos, ideales, pasiones… bajo un mismo palpitar: todos se sentían responsables de la masa en la que se habían convertido. Este sentimiento logró que esta masa amorfa fuera desintegrándose, y cada una de las sombras comenzara a corporeizarse lentamente y con tal liviandad, que quedaron suspendidas en el aire, en un ambiente más resplandeciente y luminoso. Todas empezaron a flotar y a entrar en cuatro dimensiones: acuática, terráquea, etérea y llameante.

            En la primera, a medida que sus siluetas tenían contacto con el agua, tibia y cristalina, empezaron a sentir todas sus partes corporales. Sus movimientos flotantes le hacían recordar cómo era estar en el vientre de sus madres, hasta que sutilmente, como en cámara lenta, fueron descendiendo al espacio terráqueo, y ante cada paso que daban, aumentaba su seguridad en la búsqueda de sus anhelos, sus esperanzas, sus sentimientos, sus intuiciones, sus pensamientos.

            Esto hizo ascenderlos a la dimensión etérea, a través de un leve impulso que fue in crescendo, a medida que unas alas invisibles se apoderaban de sus brazos y los empujaba a volar. Eran como aves libres que planeaban al compás de las corrientes de aire. Tal era la sensación, que sus cuerpos eran simples plumas que se regocijaban en los copos de la bóveda celeste. En ese momento apareció una luz incandescente, cuyos destellos le enceguecían y varias chispas abrasantes le rozaban sus cuerpos. Habían llegado al espacio llameante, un túnel con muchas ventanas y luces de colores. Aquí, todos corrieron a acercarse a ellas, y tras la hermosa y resplandeciente luz que emergía de cada ventana, se detuvieron a mirar el horizonte infinito.

            Segundos después, todos estaban nuevamente en el salón de clases. La profesora Selene, muy risueña, les preguntó: ¿Qué les pareció la lectura y la discusión de hoy?

Todos se miraron sonreídos, asombrados, emocionados…  


                         Escrito por Dayana Velásquez

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