martes, 17 de septiembre de 2019

La carta

                            
        LA CARTA                                             

A un ángel terrenal, AHX.

   Mami, a pesar de que no quiero hacer ese viaje, siempre voy a amarte. Tú me trajiste al mundo. Tu vientre materno fue ese dulce cobijo para la formación de mis manitos, pies, brazos y todo mi cuerpecito. Tan solo tengo dos añitos, y como no sé decirte lo que siento, esta carta hablará por mí.
   Mami, ¿por qué no quiero seguirte en ese viaje a tus raíces, a esa tierra tan lejana? Porque aquí me han brindado algo maravilloso: un inmenso amor.
   Mami, tú también me dabas amor, pero de una manera distinta. Cuando nací, sé que te alegraste, pero luego tenías que trabajar mucho y ya no tenías tiempo para mí. Y aunque no lo creas, pude sentir que tú realmente no querías tenerme. Fui yo quien quiso que fueras mi madre. Perdona mi atrevimiento, perdona si te he hecho algún mal con mi presencia. No sabía que tuvieras tantas obligaciones. 
   No te sientas triste, por favor. Sé que me quieres. Así lo reflejaba el beso que me dabas todas las mañanas, cuando me dejabas en la casa de mi otra mamá. Pero cuando me buscabas en la noche, me conseguías dormida. Poco a poco, esa lejanía se me fue haciendo familiar. Fuiste dejando un vacío que lentamente lo fue llenando mi otra mamá.
   Tú has hecho lo mejor que has podido. Y eso siempre te lo agradeceré.
    Perdóname, solo mi llanto pudo hablar por mí cuando viniste a buscarme y despedirnos de mi otra mamá. Luego esa noche te desvelé con mis sollozos y mi fiebre nocturna, pero no encontraba otra forma de decirte que no quería alejarme de ella.
   No llores, mami. Aquí tengo otros hermanitos que me cuidan y juegan conmigo. Mi otra mamá tiene un corazón grandote, porque a pesar de que no elegí su vientre, se comporta como si me hubiese tenido, con su entrega y su amor tan grande.
   Mami, emprende tu viaje. Cuando estés allá y te pregunten el por qué me dejaste, solo di que tú no me dejaste, fui yo quien quiso quedarse, sin más explicaciones, porque no te van a creer. Nadie entendería por qué una niña tan pequeña anheló quedarse con su otra mamá. Solo nosotras lo sabemos, mami.
   Quizás algún día yo conozca ese país tan lejano, o tú regreses a verme. Mi otra mamá y yo te estaremos esperando con los brazos abiertos.
                                                                       Te amo, mami.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Las estrellas bailarinas


                                     A Arantza Jaimes y Valeria Fermín, dos niñas resplandecientes de amor.


     Más allá de las fronteras andinas, en una pequeña aldea, todo era incertidumbre. Los niños estaban muy afligidos porque sus padres se habían quedado inmóviles como unas estatuas, con sus celulares en mano. La adicción por estos teléfonos era la causa de aquella terrible paralización.
     El sabio de la aldea les había exhortado de abstenerse de comprar tales equipos tecnológicos, ya que allí no necesitaban de estos. Les aconsejó además que, por conocimiento que tenía de otras tierras lejanas, esos teléfonos podían resquebrajar el sólido vínculo que tenían con sus hijos. A pesar de estas serias advertencias, aquellos adultos no quisieron oírle. Estaban tan deslumbrados con esta novedosa experiencia que parecían unos zombis dentro de sus casas. Los hijos les hablaban y solo obtenían por respuestas: “ajá, estoy ocupado, espérate, ah, mañana, te estoy escuchando, voy”, o peor aún, una cruel displicencia acompañada de largos silencios. 
     Ante este lamentable panorama, los niños no encontraban qué hacer ni a quién acudir. La aldea era un caos, porque a esta situación se le había sumado una lluvia a cántaros, que le había impedido al sabio regresar al pueblo con su acostumbrada cesta de frutas, que solía compartirla con los pequeños durante sus tardes de juegos.
     Mientras tanto, en el espacio constelar llamado Musicarión, las estrellas miraban con mucha pesadumbre lo que allí ocurría, por lo que convocaron a una reunión extraordinaria urgente, con el fin de hallar una salida a aquel caos hipnótico - tecnológico.
     La Estrella Mayor interrogó en tono solemne:
─¿Quién de ustedes desea ayudar a retomar la tranquilidad de esta aldea?
─¡Nosotras iremos!─ fue la respuesta conjunta de dos estrellas muy amigas, valientes, divertidas y generosas. Tales virtudes venían acompañadas de un gran talento: eran excelentes bailarinas.
     Cada vez que en Musicarión se festejaba alguna fecha especial, Arantza y Valeria ponían a bailar hasta a quien no sabía. Eran las almas de las fiestas constelares.
─¿Ustedes? Pero si son las más pequeñitas─ dijo sorprendida una de las estrellas más grandes.
─También pienso lo mismo. Creo que deberíamos encomendar esta importante misión a alguna de nosotras─ manifestó otra de ellas.
─¡Pero qué importa nuestro tamaño físico, lo que importa es el tamaño de nuestro corazón!─ reaccionó Valeria con mucho ímpetu.
─¡Es verdad! ¿Por qué se niegan a darnos la oportunidad de demostrar que la fuerza del corazón es mucho más poderosa que la fuerza física?─expresó Arantza.
─Es cierto, somos pequeñas, pero sí podemos lograrlo. ¿Verdad, Arantza?
─Por supuesto, Vale. Tampoco entiendo por qué se niegan, si ustedes mismas nos han enseñado a ser audaces.
Luego de un inquietante silencio, la Estrella Mayor inquirió:
─Ha llegado el momento de encargar una labor más arriesgada a nuestras estrellas bailarinas. ¿Qué dicen las demás?
     Luego de esta pregunta, las estrellas incrédulas reconocieron su falta de confianza en Valeria y Arantza, y se unieron a la decisión final, un poco avergonzadas, pero sinceramente arrepentidas.
     Y así fue como las dos estrellas bailarinas emprendieron su viaje a la aldea, cuyo rostro seguía siendo lúgubre por la ausencia del jolgorio infantil.
     Al llegar, las estrellas vieron a dos hermanos sumamente desconsolados contemplando la lluvia, que poco a poco comenzaba a disiparse. 
─Pst, pst, pst─expresaron con avidez las recién llegadas estrellas.
     Pero ambos estaban tan sumergidos en su tristeza que ni pestañeaban.
     Ellas se miraron: ─Tenemos que hablarles. ¡Hola! ¡Hola!
     Los hermanos, al escuchar aquellas voces tan dulces, se despabilaron un poco y se preguntaban de dónde provenían esos inesperados saludos.
─¿Quién habló?─dijo uno de ellos.
─¡Aquí! ¡Somos nosotras!─respondieron ellas muy emocionadas.
─¿Dónde?
─Aquí, mira. 
    Poco a poco, las dulces estrellas se acercaron.
    Los niños estaban petrificados del miedo, pero el resplandor tan hermoso de ambas estrellas, hizo que poco a poco se fueran disipando sus temores.
─¿Y ustedes... cómo llegaron hasta aquí? ─expresó uno de los niños.
─¿Quiénes son? Bueno, sí, son unas estrellas. Pero... ─señaló el otro pequeño.
─Calma, niños. Venimos de Musicarión, es una constelación que siempre los está cuidando y estamos aquí para ayudarlos.
─Gracias, amables estrellas. Estamos muy tristes porque nuestros padres se han quedado paralizados. No se mueven, no hablan y no escuchan. Le hacemos cosquillas, le buscamos su dulce favorito, pero nada. Siguen sin moverse. Están como muertos. Ya no sabemos qué hacer.
─Nosotras los ayudaremos mediante el baile y el canto. ¿Verdad, Arantza?
─Sí, niños. Bailar y cantar son herramientas muy poderosas para desparalizar a las personas. ─afirmó Arantza muy seria.
─¿Y cómo lo lograremos? ─interrogó muy apenado uno de ellos.
─Como ya se ha ido la lluvia, llamemos al resto de los niños y vamos al centro de la aldea. ─convocó Valeria.
     Una vez estuvieron todos los pequeños reunidos, las estrellas bailarinas los animaron a componer una canción y una coreografía entre todos, pero antes de eso, indicó Arantza:
─Les entregaremos este hilo dorado mágico. 
     Ante este reluciente objeto, los niños quedaron boquiabiertos de la emoción.
─Cuando comencemos a cantar y a bailar, cada uno de ustedes tomará el hilo y se lo pasará al que tengan al lado. Así, poco a poco, al ritmo de la música, bordearemos la aldea y entre todos lograremos desparalizar a sus padres. ─explicaron los pequeños astros relucientes.
     A pesar del miedo que aún reinaba entre algunos de ellos, la valentía y la creatividad fueron los principales artilugios para lograrlo.
─¡Vamos, niños! ¡Ustedes pueden! ─eran algunas de las frases alentadoras que exclamaban las estrellas.
    Y así, entre risas y aplausos, inició la composición musical:
                           ¡Mamá! ¡Papá!
            Por favor, escuchen nuestras voces.
            Nosotros solo queremos sentir amor
            y que nos presten atención.
           ¡Es el momento de la acción!
            Ese intruso aparato los hipnotizó
            pero conocemos la fuerza del corazón.
            ¡Mírennos a la cara, por favor!
            ¡Somos sus hijos!
             Vamos a entonar esta canción
             que nos enseñaron nuestras     amigas de Musicarión.
             Por favor, escuchen nuestras voces.

      Y atendiendo a las indicaciones de las estrellas, los niños comenzaron a rodear la aldea, en armonía con sus cantos y pasos coreográficos. 
                ─Papi, mami:
                ─Hoy me fue genial en el colegio.
                ─A mí no tanto.
                ─Yo disfruté mucho el deporte.
                ─Anita me miró feo.
                ─Y Pedrín estaba llorando.
                ─Nos divertimos mucho en teatro.
                ─Me comí toda la merienda.
                ─A mí me dolió el estómago. 
                ─¡Escúchame!
                ─Hoy tuve miedo de leer.
                ─¡Y yo mucho miedo en la clase de inglés! 
                ─Tropecé a Carlitos, pero sin querer.
                 ¡Préstame atención!
                ─Así no tendré que buscarla con el vecino, 
con el profe o con el director.
                ─Si tú me atiendes, si tú me escuchas, 
todo marchará mejor.
                ¡Dame tu atención y así no tendré miedo de abrazarte con amor!
                 ¡Escucha mi voz, por favor!

     Mientras todos disfrutaban de esta experiencia constelar y humana, el hilo dorado fue desprendiendo notas musicales que, a medida que se fusionaban con las voces infantiles, entraban a las casas como burbujas de jabón.
     Así, lentamente, los padres comenzaron a despertar de su hipnotismo y sus cuerpos comenzaron a contagiarse del ritmo musical. A medida que esto les sucedía, fueron soltando sus celulares y corrían al lado de sus hijos a abrazarlos y escucharlos.
     Entretanto, el sabio y las estrellas bailarinas miraban este grandioso espectáculo desde la entrada principal de la aldea, muy sonreídos y complacidos ante aquel significativo y trascendental logro.

Luna de otoño

  Luna de otoño Esa mañana de otoño se entregó con vehemencia a la lectura de aquel libro, del que estaba segura le daría pistas sobre aqu...